Ya me lo había avisado Miguel. Aunque, en realidad, el no pudo llegar a la sala la primera vez que la visitaron. Se sentía enfermo, tenía la gripe encima apretando a tope las tuercas. Así que él no había visto con sus propios ojos la sala. El resto de los compañeros de E50 si que llegaron a verla en aquella primera vez. De ahí había salido la información que me llego a través de Miguel. Aunque uno siempre sabe lo que ocurre en estos casos, nunca me siento preparado del todo para asumir la tontería generalizada, el infantilismo idiotizante y la estupidez profunda. Y la mala fe. Era blanca.
Me encontré en Gibaja con Zaca, Tripi, Pepe, Miguel y Antonio J.G. Poco después apareció Manu. Aparte de comer tostadas y beber café la charla ocupo todo el espacio disponible. La conversación paso levemente sobre Islandia y se posó sobre Getsky. La nueva empresa de Zaca proporciona Cielos a quien lo desee, aunque el coste de un Cielo no está al alcance de cualquier currito. Cielos que resultan maravillosamente reales, con sus nubes y sus copas de los arboles y sus pájaros y sus insectos y sus hojas secas cayendo, todo esto destacándose con nitidez contra el azul celeste.
Para llegar a la Sala Blanca hay que recorrer parte de la antigua mina Chomin. Está bastante cerca de Lanestosa, en una desviación de la carretera que la une con Carranza. Dentro de la mina hay, de momento, unos ocho soplaos conocidos. Son simas en todos los casos. Una de ellas es la Txomin IV con un pozo de 235 metros. Sin embargo para llegar a la Blanca solo es necesario recorrer un cómodo pasamanos, bajar un pozo de unos 20 metros, otro de unos 110 metros y finalmente un resalte de unos de 10 metros. La instalación corrió a cargo de Pepe y Antonio J.G. No hubo ningún problema hasta llegar al pozo de 110. Allí esperamos unas dos o tres horas a que acabasen la instalación. Surgieron inconvenientes con los nudos, con los fraccionamientos y en definitiva con la longitud de las cuerdas. Finalmente pudimos bajar el pozo. Desgraciadamente la instalación quedo con una tirada de cuerda de unos 60 metros. Pero mejor esto que no bajar. De la base del pozo a la Sala Blanca sólo tuvimos que dar un corto paseo, bajar un pozo de unos 10 metros y pasar una estrechez insignificante.
La Sala Blanca se anuncia a lo largo de la sima (en general de todo el recorrido) Nos habíamos encontrado paneles de colada fina, concreciones y formaciones. Y, aunque no siempre, a menudo eran blancos, blanquísimos, de un blanco que llamaba la atención. Sin embargo a pesar de todo, e incluso a pesar de lo que te cuentan, la blancura de la Sala Blanca impacta al neovisitante. Es muy blanca. Más allá de si es más o menos blanca que otros sitios blancos en los que he estado, se trata de una blancura que te envuelve. Por todos lados hay blanco. Incluido el suelo.
La cosa empezó a txirriar en cuanto entramos en la Sala. En vez de encontrar un único rastro, fácil de seguir, en la blancura nívea, nos enfrentamos a tener que tomar una decisión: ¿por donde está más pisoteado (para seguir por ahí)? ¿por donde se ha pisoteado menos (para no pisar)? ¿por qué el sitio más pisoteado no es el más lógico, ni el mas fácil, ni el que menos impactaría? ¿por qué un sitio como éste no se ha balizado ya? ¿por qué el grupo responsable de su exploración no ha cuidado de algo como esto: LA SALA BLANCA…? Todas estas preguntas me gustaría formulárselas personalmente al grupo responsable de la exploración y también a aquellos que siguen en sus trece, afirmando que “balizar es meter basura en las cavidades”. Me gustaría que pudieran ver, todos ellos, el estado de la Sala Blanca. Y me gustaría que me respondiesen a esta sencilla pregunta: ¿qué es preferible pisotear y embarrar toda la Sala Blanca o poner algunas varillas blancas de fibra de vidrio y un fino hilo de pesca, que apenas se ve lo suficiente, para conseguir que sólo un estrecho sendero se embarre? Les recuerdo a los listillos que afirman que “balizar es meter basura” que en algunas cavidades de otros Estados (no España claro!!) no solo se baliza, sino que se exige cambiar de calzado y de mono para pisar en zonas cristalinas. Pero los españoles somos más listos que nadie y también más gallos. Así nos va en casi todo…
En la Sala Blanca estuvimos mucho menos de lo que me habría gustado. Una media hora para hacer fotos y un poco más para comer. Pepe y Antonio J. G. partieron hacia el gran pozo con intención de fraccionar la tirada de 60 Poco después partimos el resto. Cuando llegué a la base del pozo grande Pepe estaba en la tirada de 60 y Antonio J. G. en el volado inicial de 25. Para desconsuelo de la mayoría no habían fraccionado la tirada de 60.
Tuve la suerte de que, gentilmente, me cedieran el paso todos los que allí estaban. Así que me toco subir trás Antonio J.G. Subí bien el volado inicial: seis pedaladas y descansar unos segundos y así sucesivamente. Pero estaba preocupado por la tirada de 60. No tenía ningunas ganas de subir esa tirada de cuerda. Recordaba de otras ocasiones el chicleo de 60 metros, la rotación incontrolada, la falta de contacto con algo sólido. Suena prosaico, pero me sentí muy aliviado al salir de la tirada.
Manu y yo esperamos más de una hora en la cabecera de los pozos hasta que nos pasaron una saca llena de cuerdas. Un poco despistados en las galerías mineras iniciamos la vuelta al exterior. Zaca nos alcanzo enseguida. Cerca de la salida Zaca recogió la piedra que encontró cuando entrábamos: cristales grises metálicos que a mí me parecieron de galena más que de blenda.
Ya anochecido nos reunimos junto a los coches. Los móviles funcionaban a destajo con y sin whatsapps. Las cosas volvieron a estar en su sitio cuando, en Gibaja, comenzaron a salir cervezas del frigorífico. Esto no era más que el preámbulo de lo que vino después. Sin embargo, después de una cerveza, yo no me quede a la velada. Dicen que soy insociable, pero sencillamente es que me aburro cuando hay mucho lío a mi alrededor. Mi mente, y yo mismo, somos demasiado simples para comprender simultáneamente tantos fenómenos cambiantes …
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