Durante un siglo hemos disfrutado despreocupadamente de las maravillas del mundo subterráneo. Un planeta diferente en nuestro propio planeta. Un planeta para explorar y descubrir; para el disfrute de aquellos a los que nos gusta enfrentarnos a lo desconocido. El deterioro de ese mundo ha sido evidente a lo largo de décadas, como cualquier espeleólogo veterano puede atestiguar. Desgraciadamente la verdad puede llegar a ser insoportable: los espeleólogos (hablando en general, no particularizando) somos responsables, directamente o indirectamente, de la destrucción (parcial) del terreno que nos nutre de ilusión. Directamente cuando por dejadez, falta de atención o negligencia destruimos parte del patrimonio subterráneo. Indirectamente cuando los exploradores, aún cuidadosos en sus comportamientos, abrimos a todos el conocimiento de las maravillas subterráneas haciendo posible la visita de otros que no serán tan cuidadosos en los suyos.
La importancia que el Planeta Subterráneo tiene para la Humanidad no deriva únicamente de su enorme belleza geológica. Tampoco de que cada cavidad sea un ecosistema único y singular. Es su importancia científica la que se está poniendo cada día más de relieve: la del Patrimonio Cultural (pinturas y restos) para la comprensión del psiquismo humano, la importancia de los fósiles humanos para el conocimiento de nuestro pasado como especie, de los restos no humanos para la Paleontología, la importancia de los registros geológicos en forma de cristalizaciones, de sedimentos o de formaciones rocosas para el conocimiento del pasado (clima, especies arbóreas, procesos geológicos, …) Esto nos obliga a reconocer que en cualquier cavidad los elementos que conforman sedimentos, suelos, formaciones -en realidad toda la cavidad en sí misma- son objeto de Conservación. Entiendo por Conservación el conjunto de acciones y protocolos que intentan minimizar el impacto de los humanos sobre la cavidad: paisaje y ecosistema. Claramente la mejor Conservación sería no visitar nunca las cavidades. Pero al fin y al cabo somos humanos que humanizamos todo. No podemos negarnos, ni negar a los demás, el entrar en las cavidades. Pero tenemos que hacerlo con un cierto protocolo, de una manera autocontrolada (en el mejor de los casos) o controlada objetivamente (en el peor de los casos) Estos son los temas que deberemos desarrollar en los próximos años. Tenemos que dejar un legado, una herencia, que permita avanzar en la conservación y no en la destrucción.
El martes, temprano pues quería volver pronto, me fui revisar la balización de Cuevamur. No me acompañaba nadie. Esto podría ser considerado por muchos espeleólogos como un inconveniente, pero el trabajo que debía realizar era muy sencillo -más tranquilo y reflexivo que activo y trabajoso- y, en realidad, no necesitaba a nadie que me ayudase. En primer lugar había que volver a poner taponcillos en aquellas varillas de las que faltasen, fijando el hilo de nuevo (el método de fijación deberá mejorarse pues el actual somete al cierre a una tensión que hace saltar espontáneamente en muchas ocasiones dicho cierre) Por otra parte unas pocas varillas habían saltado por la tensión del hilo y un porcentaje bajísimo se habían roto por algún tropezón. Era necesario reponerlas. Hablando en general, la reposición y mantenimiento de las balizaciones es un trabajo muy sencillo que tendrá que realizarse de forma periódica. El periodo se debería determinar específicamente en cada zona en función del tráfico de personas en dicha zona cómo factor principal determinante. El deterioro, y por tanto la necesidad de mantenimiento, no puede ser la misma en una zona remota del Gándara que en Cuevamur.
El trabajo avanzó, sin prisas pero sin pausa, por las galerías de acceso a la Sala de los Cristales. Ya en la Sala hubo que añadir algunas varillas en ciertas zonas, fijar las que habían saltado y colocar nuevos taponcillos en su caso. Había observado una zona en que el deterioro era especialmente abundante. La razón era lo poco natural del trazado del sendero, junto con lo poco apropiado de la textura del suelo para fijar varillas. Decidí cambiar el trazado. Esto mejoró el paisaje por el que discurre el recorrido y subsidiariamente, al ser arcillosa la textura del suelo, hizo óptima la fijación de las varillas.
Aunque podía haber seguido trabajando varias horas más hasta acabar la revisión por completo tenía que salir pronto por compromisos personales. A las dos estaba de nuevo en el aparcamiento de las Covalanas junto a mi coche. Cuando entre en la cueva hacía un día de viento sur, de colores nítidos y preciosos, pero ahora llovía copiosamente. En cinco minutos me cambié y me puse al volante. A las tres estaba en mi casa.
No me dejo afectar por el desánimo. La situación política y las marejadas en el mundo de la espeleología pasarán, pero lo que no pasará es la necesidad de conservar las cavidades que se van descubriendo y explorando. A veces me pregunto por qué tengo la manía de sentirme satisfecho cuando la gente no opina como yo. Me ocurre algo raro: cuando las cosas se ponen en contra mía me siento más alimentado. Saco más energía de la oposición que del apoyo. Reconozco que la oposición hace brillar con más intensidad la fuerza interior que nos habita. Sobre todo cuando tu corazón siente que estas haciendo lo correcto.
3 comentarios:
La labor que has emprendido de conservación en las cavidades a pesar de la indiferencia de una parte del colectivo "que no te desanime", siempre tendrás el apoyo de los que desean que las generaciones futuras vean lo que tu y yo hemos disfrutado.
Fantástico post Antonio.. te leo de vez en cuando! :-)
Creo que sí, que ese Patrimonio debiera ser conservado y que la apertura de galerías a visitantes indiscriminados debiera ser sometida a estrictos controles. No será político pero sí necesario.
Guardo un imborrable recuerdo de mi paso por ese mundo.
Un abrazo, Antonio
· LMA · & · CR ·
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