23/1/16

Fugacidad


Hace poco me llamo César con intención de volver a hacer espeleología. Aunque nunca hemos perdido el contacto han pasado unos diez años desde que salimos la última vez. Después de tanto tiempo teníamos mucho que contarnos. Rememorar vivencias y aventuras, es lo típico, pero también de nuestra cotidianidad. Después de devanarme los sesos durante una semana pensando en qué  actividad iba a realizar con César me incliné por lo necesario: ir a El Patio, restaurar el acceso a éste, hacer una visita general y disparar un par de fotos. Suficiente para un día tranquilo de reencuentro con el mundo subterráneo.
Desde Solares tomamos el camino de Alisas para alcanzar Soba y entrar en la cueva. Para volver pensamos que era mejor la ruta de Ramales. Así César puede podría revivir más paisajes. Paisajes que no recorre desde hace tanto tiempo. En el aparcamiento inferior nos encontramos a un grupo de unas veinte espeleólogos que iban a hacer una visita. Nos fuimos a tomar un café a La Gándara para dar tiempo a que todo se despejase un poco. Poco después estábamos repartiendo los numerosos bultos entre las dos sacas, la de César se la prestaba yo. Me confesó que él nunca había tenido saca pues siempre usaba una del club. La cuota daba derecho a ello.
Poco a poco nos acercamos, el tiempo discurría suavemente, hacia nuestro sector de exploración. Escalamos un resalte con un paso de hombros al más viejo estilo alpino. Algo más allá, en poco tiempo, volví a escalar la Chimenea del Patio. Gracias a que estaban todos los parabolts puestos la cosa se pudo hacer en poco tiempo. Lo que más trabajo me llevó fue volver a colocar las chapas junto a la ventana. Y luego recuperar esas chapas retorciéndose asomado a la ventana.  Para la escalada usé un trozo de cuerda dinámica y luego instalé una cuerda estática para subir con las sacas.
Primero visitamos la zona del Pequeño Patio. Hicimos un desparrame de flashes para conseguir iluminar la sala. Tenía en mente montar un stack para conseguir una foto enfocada uniformemente pero cuando miré las tomas en el ordenador dejaban mucho que desear. Los problemas consistían en: fallos en algún flash en algunas tomas, fallos en la posición de flashes creando sombras, falta de enfoque en algunos sectores del campo visual en todas las tomas, demasiada lejanía de la componente humana y encuadre no muy afortunado. Vamos una joya. De cualquier forma conseguí sacar de alguna toma un recorte mínimamente interesante.
Comimos algo más abajo de Los Caracoles, junto a la entrada de la Galería Nacho, en un rincón perfecto. Luego nos fuimos a ver el Camino al Mago y las pisolitas flotantes. Pero a pesar de que los macarrones están en su sitio, y de que las gotas sobresalen más o menos igual, las pisolitas flotantes ya no estaban donde deberían haber estado. Puede ser que aparezcan y desaparezcan según no se sabe que factores. Esto es fugacidad. Está claro que volverán a aparecer cuando se den los factores adecuados. Lo contrario sería muy poco probable: la coincidencia de que unos humanos accedan a El Patio y de que se produzca en ese lugar por una sola vez un fenómeno, como las pisolitas flotantes, que no hemos observado en ningún otro lugar.
Visitamos la bella Galería del Patio hasta los pozos Costroso y Decorado. Luego volvimos hasta el Pozo Tobogán. Lo bajamos con cuidado e instalamos un reluciente y nuevecito mosquetón de acero con rosca y un cordino de 2mm para la reinstalación. Hicimos la prueba del artilugio uniendo con fuertes imperdibles las dos cuerdas y protegiendo la unión con cinta americana. El invento funcionó.
Ya en el coche el asunto giró alrededor de la música y de la lengua islandesas. Curiosamente César empezó a leer, aunque no lo acabó, Gente Independiente de Halldór Laxness, libro que le había regalado su hermana. Ese mismo libro cayo en las manos de nuestro antiguo compañero de espeleo Senen. Poco después Senen visito Islandia y a la vuelta se puso a aprender islandés. Increíbles los recovecos y nuevos paisajes que nos ofrece la vida. De cualquier forma escuchar música islandesa bajando por el Valle de Soba, y por el de Rasines, fue un placer después de la jornada espeleológica. 

Foto: Miguel F. Liria

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