Al principio hice la propuesta de ir a la
Cueva del Gigante con la esperanza de que cuajase una sesión fotográfica con
una niña de nueve años. La hija de mi amiga Pilar. Pero las cosas se torcieron.
La niña quería estar con su hermanito y no funcionaron las ofertas que la madre
les hizo. Por otra parte los potenciales excursionistas eran similares a
una veleta en un día de tormenta. Venían o no venían dependiendo de la hora y el día.
Así que desconecte totalmente de quienes iban a venir o no venir. Vendrían los
que viniesen el domingo por la mañana.
A última hora del sábado confirmaron su
asistencia A. Dólera y Pilar, y confirmó su no
asistencia Perico. En cuanto a Juan T. Reche no
estuve seguro hasta el domingo por la mañana de lo que iba a hacer. A las diez y cinco
apareció en Las Salinas. Unos minutos antes había aparecido –fugazmente- Perico
para confiarme material de ferrata destinado a Rebeca
y Bruno, que esperaban en El Portús. También hizo
acto de presencia Sergio con más material de ferrata
para ellos.
Unos minutos más tarde nos montamos en
el coche de A. Dólera: Pilar, Reche,
el hijo de Dólera (Antonio Junior) y yo. Nos
deslizamos hacia Cartagena alimentando conversaciones laborales y evitando
pasar de 120 km/hora. Al llegar a la entrada del camping naturista vimos a
Rebeca y Bruno aparcando también. Nuestra intención era atravesar el camping,
pero se vio frustrada por la empleada de recepción. “Teníamos que quitar los coches del parking privado y firmar un
documento presentando los carnets de identidad”. Decidimos pasar de ella e ir
por el camino que flanquea el acantilado. Como había marejada usamos los antiguos
clavos para encaramarnos unos cinco metros por encima del mar y así alcanzar la
playa del camping. A. Dólera superviso muy de cerca, en los paso delicados, a
su hijo de doce años; seguramente para sentirse, el mismo, más
tranquilo.
Desde la playa tomamos una senda
señalizada con llamativas flechas azules. Las flechas están muy cerca unas de
otras y si, en algún momento, las pierdes solo tienes que volver atrás unos
metros para encontrarlas de nuevo. El camino siempre domina un paisaje
magnífico. De vez en cuando hay que hacer alguna fácil trepada. En una de ellas
han instalado clavos de baja calidad que, más que ayudar, hacen necesaria una
especial atención para no herirse.
En una hora estábamos en el tramo
vertical que lleva a la boca de la cueva. En esa pared se ha instalado una
pequeña ferrata con buenos materiales: clavos gordos
de acero inoxidable y cable del mismo material. Un par de rellanos de la senda
nos sirvieron para ponernos los arneses y los cordinos
de seguro. Era la primera vez que Rebeca y Bruno se colocaban encima esos
artilugios. Que estuvieran algo nerviosos era lo más lógico. Por otra parte A. Dólera quería extremar las precauciones. Así pues sacó un cordino de treinta metros, instaló una reunión y aseguró a
Antonio Junior.
Lo primero que hicimos al llegar fue la
tradicional foto de grupo. Lo segundo fue visitar algunas galerías que albergan
minerales blancos y rojos y bonitas geodas. Lo tercero fue ir al lago. Como la
galería estaba inundada algunos se volvieron a la entrada para comer (comer es el
vicio de más generalizado de todos; al parecer todo el mundo lo tiene…) Mientras
tanto eché un vistazo a una galería algo más arriba que me permitió cortocircuitar
la zona con charcos y llegar al lago. En cuanto toqué con la mano el agua no me quedó
ninguna duda: iba a darme un baño. Avisé a voces a los demás y volví a
por la toalla y el bañador.
Me costo un poco meterme porque la sentía fresca. Pero luego fue
un placer remover el agua, enturbiar la termoclina y hacer emerger el agua
termal que llena el lago a partir de un metro de profundidad. Hubo dos excursionistas más que
siguieron mi ejemplo y se bañaron. Los demás se pusieron a sí mismos excusas
variadas de todo tipo. A. Dólera y Reche celebraron la
suerte de haber conocido ese lugar maravilloso. Rebeca y Bruno hicieron vídeos
y fotos. Después del baño comer fue un placer especial. El
agua termal nos había cambiado el talante
sin darnos cuenta.
Para acabar nuestra visita preparé una
foto con trípode desde un punto en que la oscuridad se mezclaba con el
resplandor de la entrada. Uno trás otro, todos fueron posando en el mismo punto. La exposición era
de un segundo y no todo el mundo puede estar como una estatua durante tanto
tiempo. Algunos quedaron fijos y otros movidos.
Era hora de recoger e irse. Subí la ferrata el primero para poder hacer fotos más dramáticas. Tardamos en pasar ese tramo menos que a la venida. Y también tardamos menos en la vuelta al Portús. Al acercarnos al camping la conversación giró hacia el tema de las autocaravanas. Reche parecía muy interesado en adquirir una. Le hable de las Karmann alemanas. Le parecieron caras. Quizás se conviertan en valiosas antigüedades pues han dejado de fabricarlas. Los nuevos modelos son estilo furgoneta. Y cuestan menos de la mitad que las antiguas…
No preguntamos a nadie, sencillamente atravesamos el camping para evitar la expuesta senda del acantilado. Todo estaba en calma y verde. No parecía Murcia. Paramos en el bar-tienda del Portús. Todos menos Rebeca y Bruno que debían volver pronto. Una ensalada y unos pescados en salazón bien regados con cerveza. El place de comer y beber nos desató la lengua demasiado. Hablamos de lo típico: batallas pasadas y proyectos futuros. Quizás algunos de ellos se realicen alguna vez… el mundo es una noria que sube y baja al ritmo de los vientos que soplan.
Era hora de recoger e irse. Subí la ferrata el primero para poder hacer fotos más dramáticas. Tardamos en pasar ese tramo menos que a la venida. Y también tardamos menos en la vuelta al Portús. Al acercarnos al camping la conversación giró hacia el tema de las autocaravanas. Reche parecía muy interesado en adquirir una. Le hable de las Karmann alemanas. Le parecieron caras. Quizás se conviertan en valiosas antigüedades pues han dejado de fabricarlas. Los nuevos modelos son estilo furgoneta. Y cuestan menos de la mitad que las antiguas…
No preguntamos a nadie, sencillamente atravesamos el camping para evitar la expuesta senda del acantilado. Todo estaba en calma y verde. No parecía Murcia. Paramos en el bar-tienda del Portús. Todos menos Rebeca y Bruno que debían volver pronto. Una ensalada y unos pescados en salazón bien regados con cerveza. El place de comer y beber nos desató la lengua demasiado. Hablamos de lo típico: batallas pasadas y proyectos futuros. Quizás algunos de ellos se realicen alguna vez… el mundo es una noria que sube y baja al ritmo de los vientos que soplan.
LAS FOTOS
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