19/2/17

Niños



Y madres. Porque donde hay criaturas hay mamis también. Pilar, que es una mamá ejemplar, me concedió una parte de su escaso tiempo libre para ir con su niña, Pilar junior, a realizar una sesión fotográfica en la cueva, que casualidad, de Río-Niño. Días antes dediqué una tarde a localizar dicha cueva deambulando por Los Losares. Aquel día después de dar mil vueltas encontré dos cuevas valladas, pero ni rastro de Río-Niño en la posición indicada por el GPS. Una de las cuevas valladas se parecía a la foto de la Cueva de las Cabras que había visto en una vieja publicación sobre las cavidades de Los Losares. La conclusión que saqué fue la siguiente: las coordenadas de Río-Niño que había conseguido en esa publicación no podían ser correctas.
Algunos días después pude obtener las coordenadas de las dos bocas de Río-Niño gracias a Vicente, quien había visitado la cavidad hace tiempo. Observando la ubicación en Google Earth empecé a pensar que una de las cuevas valladas que había encontrado, la parecida a la Cueva de las Cabras, era en realidad una de las bocas de Río-Niño. El domingo saldríamos de dudas.
A las diez nos vimos en Las Salinas; Pilar, su hija, una amiga de Pilar -de nombre Elena- y Martín, el hijo de Elena. También venían a Los Losares, pero con otros objetivos, Vicente, Mari, Reche, Aurora y Perico. Como éste último tardaba nos fuimos en el coche de Elena las madres, los niños y yo. Teníamos mucho trabajo por hacer. 
El coche de Elena es un Hyundai todo camino, al menos lo aparenta, que subió con facilidad la pista de Los Losares hasta una explanada, junto a un gran pino, en donde aparcamos. Desde ese punto una pisteja poco marcada nos llevo hasta la boca vallada en pocos minutos. Coincidía con la posición de una de las dos bocas de Río-Niño. Para confirmarlo busqué la otra boca según me indicaba el GPS y allí estaba: unos cien metros a la derecha de la pista formando una perpendicular al camino con la otra boca.  En realidad era la boca principal: Río.
Nos metimos por esa última boca, en vez de por la vallada, más que nada porque tenía aspecto cómodo. Recorrimos la parte de la cueva sin peligro para el tránsito de niños. La imagen de una sala amplia, y con cierto nivel de decoración, me llamó la atención. Decidí hacer las fotos allí mismo. Cuando extendí el material fuera de las sacas se armó un pequeño revuelo. Era un poco mareante el entusiasmo que mostraban los niños por todo lo que veían, artificial y natural, pero la infancia de los humanos es una sorpresa detrás de otra (para algunos la vida sigue siendo siempre sorprendente).
Fui poniendo los flashes en los sitios que estimé oportuno. Para evitar el error de otras veces coloqué secuencialmente, según su letra y en sentido de las agujas del reloj, los flashes. Así recordar su posición, y por ende controlarlos, sería muy sencillo. El flash Metz lo metí entre unas formaciones y lo esclavicé con una célula fotoeléctrica -me está dando fallos muy a menudo-. Luego puse el trípode, monté la cámara y realicé el encuadre. Entonces mande a Pilar a encender los flashes. Las pruebas me permitieron ajustar a la baja casi todos. Además decidí encapuchar con plásticos dos de ellos.
Ya estaba todo listo y Pilar junior comenzó a cambiarse de atuendo. Un bonito jersey gris azulado con estrellas y unas mallas negras. Como calzado unas zapatillas deportivas de color uniforme. No tiene vestidos, ni conjuntos coquetos porque no le gustan. Es una chica deportista. A estas alturas Martín tenía hambre, o su madre quería que comiese -no lo tengo claro-, y la cosa fue que decidieron salirse a devorar, madre e hijo, un bocata a la entrada. Eso me permitió marearme menos haciendo las fotos. Siempre tienes que pensar en demasiadas cosas y, sencillamente, el hecho de que disminuya el número de personas, y las distracciones, a tu alrededor ayuda a organizarse mejor.
           El flash Metz -o la célula o el controlador por radio- fallaba demasiadas veces. Así que mentalmente prescindí de él. Si funcionaba bien, y si no pues también bien. No era esencial en la composición. Comenzamos con una serie en la que Pilar junior, de pie ante una estalagmita, contemplaba el paisaje en general desde distintas poses. A continuación hicimos lo mismo pero con la niña en cuclillas. Luego añadimos al atuendo el gorro de conejo con orejas eréctiles. Es un gorro verde muy gracioso. Lo más interesante fue pasar a su raqueta de bádminton con su pelota emplumada. Conseguimos sacar una buena toma con la pelota botando desde la raqueta. Finalmente hicimos una toma, que costo más de diez pruebas, en la que la pelota se acerca en trayectoria libre hacia la raqueta, que sostiene Pilar, en posición de devolver el golpe. El encuadre fue a 35mm en las últimas tomas pero a 14 en las primeras. El paisaje se veía bien amplio con esa focal.


Llegó el momento en que la paciencia de Pilar se saturó por completo. En consecuencia recogimos cuidadosamente los trastos y salimos al exterior. Antes de volver al coche hicimos una incursión por la otra boca. El tamaño de las salas es menor en esa zona del sistema, pero el encanto puede que sea superior. De hecho yo creo que a los niños les entusiasmo más las formaciones y pasadizos de esa parte.
De vuelta al coche, como a las dos y pico, ya era “la hora de comer”. Y en eso las madres son muy estrictas. En el mundo de una madre todo gira alrededor de la alimentación de los hijos. Es algo muy instintivo y no admite dilaciones. Así que surgieron bocadillos, frutas y todo tipo de alimentos. Y entonces fue cuando me dijeron que querían volverse ya a casa. Tenían que ayudar a hacer la tarea de los niños, tenían que planchar, tenían que duchar a los niños y se estaba haciendo tarde… El programa previsto era ir a  escalar un poco en una escuela cercana, pero no hubo manera de desviar a las madres de su plan.  Llamé a Perico y no cogía, llamé a Vicente y no cogía, llame a Reche y me dijo que estaban en la Sima Promoción, que tenían para una hora más allí y que luego se volverían todos en el único coche, abarrotado, que tenían aparcado en Almádenes. Dicho de otra manera: no podía quedarme con ellos. El plan de seguir haciendo algo por la tarde se esfumó por completo. Patalee un poco, pero en contra de la determinación de dos madres nada pudo mi pataleo.
          Para volver a Molina elegimos el tramo superior de la pista de Los Losares. Nos condujo de forma suave y cómoda a la carretera Cieza-Embalse de Alfonso XIII. En mi opinión es un acceso a Los Losares que ahorra tiempo, suspensión y neumáticos. Como premio de consolación decidí invitarme a un plato de carne a la parrilla con guarnición de ensalada y aceitunas. Fue un gran disfrute culinario pero, a pesar de ello, me quedo una insatisfacción, una sensación de haber hecho poco. La próxima vez que salga con hijos, junto a sus madres, me aseguraré de pactar con antelación un tiempo en abundancia…



Las Fotos

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