Y madres. Porque donde hay criaturas
hay mamis también. Pilar, que es una mamá ejemplar, me concedió una parte de su
escaso tiempo libre para ir con su niña, Pilar junior, a realizar una sesión
fotográfica en la cueva, que casualidad, de Río-Niño.
Días antes dediqué una tarde a localizar dicha cueva deambulando por Los
Losares. Aquel día después de dar mil vueltas encontré dos cuevas valladas,
pero ni rastro de Río-Niño en la posición indicada por el GPS. Una de las
cuevas valladas se parecía a la foto de la Cueva de las Cabras que había visto
en una vieja publicación sobre las cavidades de Los Losares. La conclusión que
saqué fue la siguiente: las coordenadas de Río-Niño que había conseguido en esa
publicación no podían ser correctas.
Algunos días después pude obtener las coordenadas
de las dos bocas de Río-Niño gracias a Vicente, quien había visitado la cavidad
hace tiempo. Observando la ubicación en Google Earth
empecé a pensar que una de las cuevas valladas que había encontrado, la parecida
a la Cueva de las Cabras, era en realidad una de las bocas de Río-Niño. El
domingo saldríamos de dudas.
A las diez nos vimos en Las Salinas; Pilar,
su hija, una amiga de Pilar -de nombre Elena- y Martín, el hijo de Elena.
También venían a Los Losares, pero con otros objetivos, Vicente, Mari, Reche, Aurora y Perico. Como éste último tardaba nos fuimos
en el coche de Elena las madres, los niños y yo. Teníamos mucho trabajo por
hacer.
El coche de Elena es un Hyundai todo
camino, al menos lo aparenta, que subió con facilidad la pista de Los Losares hasta
una explanada, junto a un gran pino, en donde aparcamos. Desde ese punto una pisteja poco marcada nos llevo hasta la boca vallada en
pocos minutos. Coincidía con la posición de una de las dos bocas de Río-Niño. Para
confirmarlo busqué la otra boca según me indicaba el GPS y allí estaba: unos
cien metros a la derecha de la pista formando una perpendicular al camino con
la otra boca. En realidad era la
boca principal: Río.
Nos metimos por esa última boca, en vez
de por la vallada, más que nada porque tenía aspecto cómodo. Recorrimos la parte
de la cueva sin peligro para el tránsito de niños. La imagen de una sala amplia,
y con cierto nivel de decoración, me llamó la atención. Decidí hacer las fotos allí
mismo. Cuando extendí el material fuera de las sacas se armó un pequeño
revuelo. Era un poco mareante el entusiasmo que mostraban los niños por todo lo
que veían, artificial y natural, pero la infancia de los humanos es una sorpresa
detrás de otra (para algunos la vida sigue siendo siempre sorprendente).
Fui poniendo los flashes en los sitios
que estimé oportuno. Para evitar el error de otras veces coloqué
secuencialmente, según su letra y en sentido de las agujas del reloj, los
flashes. Así recordar su posición, y por ende controlarlos, sería muy sencillo.
El flash Metz lo metí entre unas formaciones y lo esclavicé con una célula
fotoeléctrica -me está dando fallos muy a menudo-. Luego puse el trípode, monté
la cámara y realicé el encuadre. Entonces mande a Pilar a encender los flashes.
Las pruebas me permitieron ajustar a la baja casi todos. Además decidí
encapuchar con plásticos dos de ellos.
Ya estaba todo listo y Pilar junior
comenzó a cambiarse de atuendo. Un bonito jersey gris azulado con estrellas y
unas mallas negras. Como calzado unas zapatillas deportivas de color uniforme.
No tiene vestidos, ni conjuntos coquetos porque no le gustan. Es una chica
deportista. A estas alturas Martín tenía hambre, o su madre quería que comiese
-no lo tengo claro-, y la cosa fue que decidieron salirse a devorar, madre e
hijo, un bocata a la entrada. Eso me permitió marearme menos haciendo las
fotos. Siempre tienes que pensar en demasiadas cosas y, sencillamente, el hecho
de que disminuya el número de personas, y las distracciones, a tu alrededor
ayuda a organizarse mejor.
El flash Metz -o la célula o el
controlador por radio- fallaba demasiadas veces. Así que mentalmente prescindí
de él. Si funcionaba bien, y si no pues también bien. No era esencial en la
composición. Comenzamos con una serie en la que Pilar junior, de pie ante una
estalagmita, contemplaba el paisaje en general desde distintas poses. A
continuación hicimos lo mismo pero con la niña en cuclillas. Luego añadimos al
atuendo el gorro de conejo con orejas eréctiles. Es un gorro verde muy
gracioso. Lo más interesante fue pasar a su raqueta de bádminton con su pelota
emplumada. Conseguimos sacar una buena toma con la pelota botando desde la
raqueta. Finalmente hicimos una toma, que costo más de diez pruebas, en la que
la pelota se acerca en trayectoria libre hacia la raqueta, que sostiene Pilar,
en posición de devolver el golpe. El encuadre fue a 35mm en las últimas tomas
pero a 14 en las primeras. El paisaje se veía bien amplio con esa focal.
Llegó el momento en que la paciencia de
Pilar se saturó por completo. En consecuencia recogimos cuidadosamente los
trastos y salimos al exterior. Antes de volver al coche hicimos una incursión
por la otra boca. El tamaño de las salas es menor en esa zona del sistema, pero
el encanto puede que sea superior. De hecho yo creo que a los niños les
entusiasmo más las formaciones y pasadizos de esa parte.
De vuelta al coche, como a las dos y
pico, ya era “la hora de comer”. Y en
eso las madres son muy estrictas. En el mundo de una madre todo gira alrededor
de la alimentación de los hijos. Es algo muy instintivo y no admite dilaciones.
Así que surgieron bocadillos, frutas y todo tipo de alimentos. Y entonces fue
cuando me dijeron que querían volverse ya a casa. Tenían que ayudar a hacer la
tarea de los niños, tenían que planchar, tenían que duchar a los niños y se
estaba haciendo tarde… El programa previsto era ir a escalar un poco en una escuela cercana,
pero no hubo manera de desviar a las madres de su plan. Llamé a Perico y no cogía, llamé a
Vicente y no cogía, llame a Reche y me dijo que
estaban en la Sima Promoción, que tenían para una hora más allí y que luego se
volverían todos en el único coche, abarrotado, que tenían aparcado en Almádenes. Dicho de otra manera: no podía quedarme con
ellos. El plan de seguir haciendo algo por la tarde se esfumó por completo.
Patalee un poco, pero en contra de la determinación de dos madres nada pudo mi
pataleo.
Para volver a Molina elegimos el tramo
superior de la pista de Los Losares. Nos condujo de forma suave y cómoda a la
carretera Cieza-Embalse de Alfonso XIII. En mi opinión es un acceso a Los
Losares que ahorra tiempo, suspensión y neumáticos. Como premio de consolación
decidí invitarme a un plato de carne a la parrilla con guarnición de ensalada y
aceitunas. Fue un gran disfrute culinario pero, a pesar de ello, me quedo una
insatisfacción, una sensación de haber hecho poco. La próxima vez que salga con hijos, junto a sus madres, me aseguraré
de pactar con antelación un tiempo en
abundancia…
Las Fotos
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