Hace seis meses y medio que no entraba en una
cueva. Aunque, para ser franco, he de confesar que sí he entrado dos veces. Una
a primeros de agosto a la Cueva del Solins (Murcia)
para probar el prototipo Carbi que Joaquín me ha
confiado. Y otra, con Marisa, a las Minas de Colon (Cartagena) para llevar a
Iris a una “cueva”. Muchos pensarán que seis meses son bastante tiempo. Pero no
echaba de menos la espeleología. La principal razón quizás estribe en la pesada
atmósfera de confrontación que el colectivo de espeleólogos respira en
Cantabria desde hace años. Esto contribuye a hacer poco atractivo acercarse porque
uno tiene que oír, o ver, muchos rollos absurdos. En gran parte son historias que
se han repetido, vuelta a lo mismo o similar, a lo largo de décadas. Para mí
que el problema no es objetivo sino más bien educativo, de forma de ser, y tal
vez de enfoque. Dicho de otra manera: los problemas no derivarían de las
situaciones conflictivas en sí mismas, siempre las habrá, sino de la actitud poco
conciliadora que los espeleólogos utilizan para relacionarse entre sí. Poco
conciliadora significa que se destacan los intereses en conflicto y no los
intereses comunes que hacen conveniente llegar a acuerdos. Estas dinámicas se
parecen sospechosamente a las observadas a otros niveles: política, mundo
laboral, asociación de vecinos, municipio, club de espeleología… Y esto me
refuerza en la hipótesis de que no se trata de las situaciones objetivas en sí,
sino más bien del enfoque personal que se adopta en las relaciones sociales.
Esas actitudes derivan principalmente de aspectos culturales y familiares propios
de nuestro país.
Sea como fuere al volver a Cantabria me surgió de
nuevo el deseo de entrar en alguna cueva y, sobre todo, de contactar con mis
compañeros de espeleo. El viernes 21 estaba indeciso
entre no hacer nada, ir a escalar un rato, salir de espeleo-turismo
o ir con Adrián, Sergio y Manu a mirar una sima en las faldas del Porracolina. Las circunstancias hicieron que prevaleciese éste
último plan, el más aventurero. Quedé con Sergio y Manu en Solares. Habían
desayunado allí mismo en un bar. Me monté con ellos en una nueva furgoneta blanca
y reluciente que tiene Sergio y nos dirigimos plácidamente, con varios
acelerones, al camping de San Roque. Allí habíamos quedado con los restantes
espeleólogos: Adrián, Ciano, Agustín y Manolo.
Me echo un cable Ciano
con las botas. Al cogerlas me había confundido, tomando ambas del mismo pie, una
mía y la otra de Marisa. Ciano me presto una bota y
unas plantillas para ajustar y, la verdad, la bota prestada me ajustaba mejor que la mía.
Subí cojeando un poco la empinada y soleada cuesta a la sima PO113. Un
movimiento de rotación intempestivo me había tocado levemente la rodilla
izquierda hacía ahora algo más de una semana. Sergio me prestó una rodillera. El
último repecho se hizo pesado por la insolación.
Fui haciendo fotos con el objetivo 55mm hasta la
boca misma. Deje la cámara en un rincón del primer pozo pero Sergio me presto
su Sony RX100 para hacer algunas fotos más en plena cueva. Menos de 100 metros
de buenas instalaciones nos llevaron a una estrechez en la que va a ser preciso
trabajar un poco más para permitir cómodamente el paso. Allí permanecimos un
par de horas hasta que las circunstancias nos aconsejaron terminar el trabajo
en otra ocasión.
Subí todo lo rápido que pude la sima para realizar la
bajada hacia los coches suavemente sin quedarme atrás del todo. Mi idea era ir
despacio, pensando en los movimientos, para no forzar la articulación. Pero a
pesar del cuidado que puse no pude evitar que empeorase su estado. Mientras yo
bajaba directamente al aparcamiento todos los demás fueron a mirar otro agujero
en dirección a la Len. Por lo visto quitando algunas
piedras el agujero promete. Para mi sorpresa Sergio consiguió que su mando a
distancia abriese la furgoneta a casi un kilómetro de distancia visual.
Aproveche para ponerme ropa cómoda y escuchar la música de Hjaltalín.
Poco después comenzaron a llegar todos. Adrián quito el CD para escuchar la otra
música: la del valle. Campanos de ganado y murmullos del viento que pacifican
el espíritu.
Mientras me bebía un par de 942 los demás tomaron
Alhambras o Estrellas. Cada uno con su placer. Adrián me pidió cinco euros
para contribuir a los gastos de material de las exploraciones. Al principio me
lo tome como un chiste divertido. En más de cuarenta años de práctica era la
primera vez que me pedían pagar un impuesto
por acompañar a explorar a un grupo de espeleos. Pero
luego me di cuenta de que iban muy en serio. Y para evitar que me llamasen
rácano, aunque desde el punto de vista ideológico no terminé de verlo claro,
contribuí a la causa de la exploración. Fue todo
un placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario