8/8/21

Reencuentro en la Carrera

Fotos: Guillermo y Antonio
Texto: A. González-Corbalán




            Ya a principios de la primavera del 2021 César reventaba de deseo. Espeleología intensa, mejor en Cantabria. Su nostalgia desbordaba cualquier recipiente que intentase contenerla. Incluso antes de la epidemia del coronavirus de Wuhan su deseo ya era grande. Le había intentado seducir con actividades en cuevas del Sur como Solins, Destapada, Orón-Arco o las Cuevas de la Plata pero la cosa, de momento, no había cuajado. Durante el 2019, 2020 y 2021 mis estancias en Cantabria habían sido esporádicas y cortas. Ahora, a principios de agosto del 2021, era un buen momento.

            A Guillermo le había visto en San Pantaleón unas cuantas veces a lo largo del año. Una sólida raíz de luminoso abolengo dibujada sobre un mundo moderno que degenera.  Cuando le conté a Guillermo mis incursiones con César en el Carcavuezo alargó el oído con suma atención. Estaba volviendo a despertar su antigua pasión por la espeleología. Hacía veinte años que no iba conmigo, ni con nadie, a una cueva. Venir con nosotros al Carcavuezo la próxima vez parecía una posibilidad real. Quedé en avisarle con cierta antelación. Ni él ni César lo tienen fácil para encajar la espeleología en sus agendas.

            Después de las consultas necesarias quedamos en ir al Carcavuezo el día 9 de agosto, lunes. César podía encajar, con dificultades, un día libre, Guillermo estaba de vacaciones y Miguel, al que había invitado a venir, me dijo que le era imposible porque tenía obligaciones familiares en Balmaseda esos días. Lo ideal hubiera sido organizarse para ir los cuatro pero la agenda de César era tan difícil y su necesidad de cueva tan grande que opté por priorizar su día posible sobre cualquier otra consideración.

            El día 1 de agosto fui al Carcavuezo por la mañana para localizar la entrada. Esta vez hubo suerte y  encontré la entrada principal rápidamente. La dos últimas veces habíamos usado entradas diferentes y costosas de localizar. Sin embargo en esta ocasión había muchos troncos y ramas acumulados que impedían el paso. Estuve un rato quitando materia vegetal hasta que pude entrar con cierta seguridad de que la montaña de troncos no me enterraría. En cinco minutos llegué a una galería de tamaño medio que va hacia el este. Ahí se reúnen los conductos procedentes de las demás entradas. Observe charcos y mucha humedad. Además había visto que el río Clarín entraba al sumidero con buen caudal.

            El día 6 de agosto volví al Carcavuezo para comprobar el caudal en el interior. No fuera a ser que estuviese cortado el paso por el excesivo nivel. Tuve que dar algunas vueltas entre los bloques pero por fin di con un descenso hasta el río. Enseguida me di cuenta de que había demasiada agua para pasar. Un poco más arriba los bloques parecían dar paso al río por un estrecho laminador que desembocaba en un balcón. Sin embargo al ir solo no quería correr ningún riesgo. De vuelta a las galerías superiores ensayé seguir la corriente de aire por varios pasajes hacia el este de forma que pudiera cortocircuitar la zona con más agua. Pero las rutas entre bloques y estrecheces eran complicadas y peligrosas y opté por abandonar el intento.





             El Carcavuezo no iba a ser posible esta vez. En una charla telefónica a tres estuvimos deliberando alternativas. Las opciones eran el Mostajo hasta Wonderland o La Carrera hasta el Volcán. Llegamos al acuerdo de ir a La Carrera. Hacía más ilusión ir a una cueva en la que nunca se ha estado o se ha estado pocas veces.

            A las ocho y media nos vimos en Arredondo un instante y fuimos a aparcar cerca de donde comienza la senda. Gastamos un buen rato preparando lo necesario, comprobando y distribuyendo. Una cuerda de cuarenta y unos cuantos mosquetones fue lo que cogimos para la única vertical. Aparte una cuerda de 18 por si acaso nos metíamos por algún lado especial.

            La senda estaba imposible. Hierba, helechos y arbustos crecidos hasta alturas inhumanas impedían seguir la traza, ya de por si complicada, haciendo muy difícil el ascenso. Nos perdimos bastantes veces. Recuperábamos la senda por los calveros entrevistos bajo la hierba y las manchas azules medio borradas. El sol, los tábanos y las moscas ayudaban a reventarnos. Hubo momentos en que dudábamos de seguir aunque nadie dijo nada.





            Y llegamos. Me puse frente al chorro de aire frío que vomita la boca para refrescarme. Descansamos lo suficiente para secarnos el sudor  y enseguida entramos a rastras por la gatera. Guillermo se entusiasmo enseguida. Había metido un móvil para hacer vídeos y fotos. También yo llevaba la cámara y dos flashes. La balización seguía bastante bien y vimos con alegría que estaba cumpliendo su cometido. La cueva sigue casi igual que cuando la conocí, hace más de seis años.

            Nos encaminamos al pozo directamente. La instalación tiene buenos materiales pero es un poco incómoda. De allí a la rampa fue un agradable paseo lleno de charlas. Hacía mucho tiempo que no íbamos juntos a una cueva (20 años?) La rampa estaba instalada con una cómoda cuerda. Nada que ver con aquellos tiempos en que fui con Miguel en plan aventura incierta. 

            El resto del camino al Volcán nos deparó una sorpresa tras otra. Los caminos balizados de esta zona han cumplido un buen papel de momento. Los suelos de la galería del Volcán siguen casi intactos. Fuimos hasta donde esta galería tuerce hacia el norte y se desfonda. Allí comimos algo. Una galería de tamaño reducido nos llamo la atención en la topo y en la realidad. Al visitarla notamos la corriente de aire de nuevo. La galería desembocaba sobre un meandro desfondado en una zona barrosa que requería algo de cuerda. Lo dejamos para otra ocasión mejor. Pensábamos visitar otras zonas que nos habíamos dejado sin mirar al venir.




            Desde la base del pozo nos movimos hacia el este por una zona balizada. Había hermosas formaciones y zonas amplias. Buen sitio para descansar un rato. Ya en el piso superior fuimos a ver unas pequeñas galerías, con estalactitas de color rojo oscuro, y muchos fósiles en las blancas paredes. También había algo que parecían zarpazos. Hicimos varias fotos en esos lugares. 

            Era notable el cambio de temperatura al salir. Una tarde tropical nos daba la bienvenida a la tarea más difícil: no perderse al descender. La bajada fue más difícil que la subida. Hacía más calor y había menos moscas. Tres o cuatro pérdidas desesperantes contribuyeron a que la cosa se pusiese interesante. Pero por fortuna duraron poco. La capacidad de intuir el camino se nos agudizó a los tres, aunque mantuvimos en el entreacto intensas charlas cuyo contenido no revelaré en este escrito. 

            Ya en Arredondo solo había un bar abierto y estaba llena su terraza. Nos fuimos al pórtico de la iglesia y César fue a comprar bebidas frías y gusanitos a la tienda de la plaza. Era el momento relajante en el que surgen las charlas indigeribles que no pueden contarse. En el banco de al lado un grupo de adolescentes comían pipas y bebían coca-colas. El atardecer y su luz se imponía sobre cualquier otra consideración que pudiera surgir. 


 


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