Contacté con Miguel el jueves 19. Me dijo que iba a
Udías con Nacho y Manu. Tenían intención de explorar unas nuevas galerías en
una zona no demasiado remota. Yo tenía que estar pronto en casa para recibir a
un amigo que venía del Sur. Y ellos no tenían prisa. Era un poco difícil
compaginar ambas cosas. Quede con ellos para acompañarles en el trayecto
facilón. Y luego me saldría haciendo fotos. O lo que se me ocurriese en el
momento.
Antes de ir Bustablado desayunamos en un bar de
carretera llamado Los Abetos. Aunque aparentaba ser un bar corriente los
pinchos que ofrecían sobre el mostrador se revelaron como pequeñas joyas
culinarias. Pedí uno que presentaba una combinación de salsa, calamar y vegetales
de ensueño… allí no parecía haber prisa por nada. Mientras disfrutaban de un
desayuno imperial saqué la cámara y me puse a retratarlos. Al cabo de un rato interminable
de charlas variopintas nos marchamos por la puerta en dirección a Bustablado.
De un
zulo cavernario, al que llaman almacén de material, Manu sacó un montón
de trastos destinados a seguir con las exploraciones espeleológicas en Udías.
Los metió en su furgoneta, se montaron él y Nacho en ella y yo les seguí en mi
coche acompañado por Miguel. No tardamos casi nada en llegar a Sel del Haya.
Los preparativos con calma suelen dar muy buenos
resultados. El día se presentaba inmejorable para disfrutar al aire libre. No
había ninguna premura por entrar en el oscuro agujero minero. Al menos por mi
parte. Reconozco que le tengo cierta inquina a la Cueva-Mina de Udías. He de admitir
que posee rincones de una singularidad y belleza excepcionales, pero la
necesidad de recorrer largos tramos de mina, zonas de barro pegajoso y sectores
de río contaminado me predisponen negativamente. No es una cueva que me resulte
energéticamente rentable. Al menos a
mí.
Sólo tuvimos que caminar cincuenta metros desde la
entrada. Cuatro seres blancos, aliens en un mundo de sombras, nos esperaban en
el camino. Pasamos a su lado con un cuidado exquisito. Fotografiarlos con calma
suponía un tiempo. Mejor hacerlo al
salir: pues ahora no quería interferir en el ritmo de los exploradores.
Las galerías seguían iguales que en mi recuerdo.
Nada parecía haber cambiado sustancialmente. ¿O tal vez eran mis recuerdos los
que se adaptaban a lo que veía? Por que ¿dónde moran nuestros recuerdos cuando
no son recordados? ¿Acaso en un conjunto de neuronas? ¿O quizás en una
configuración de actividad neuronal? De cualquiera de las maneras en que ese
enigma se intente responder la respuesta nos conduce a nuevas y más difíciles
preguntas. Después de eso llegamos al lugar donde los caminos cómodos se acababan
para Miguel, Nacho y Manu. Iban a explorar. Les hice un par de fotos y me despedí
de ellos.
Volvía solo hacia la luz. Nunca he sentido temor en
las cuevas. Me producen un sentimiento de ser acogido y protegido. Es algo casi
onírico. Por eso practico -a veces- la espeleología sin compañeros humanos. Me
acompañan los otros compañeros que pueblan la mente en número ilimitado.
Llegue a mi cita con los aliens. Allí estaban sin
más. No necesitaban la luz. Coloqué la cámara sobre la saca y, para iluminarlos
lateralmente, pose un flash a cinco metros. Luego mire. En la lejanía estaba la
puerta. La luz del día, filtrada por la vegetación, era verde. Los barrotes
dibujaban sobre esa luz una señal. Enfoque la cámara de nuevo e hice una foto.
El día estaba radiante. Mientras me alejaba me
detuve mentalmente. Aquello era aún más claro. No encontré ningún obstáculo
nuevo después de eso…
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