El viernes trece de octubre me pase por el local
del club para ver si hacíamos espeleo. Estaba flirteando con la opción de ir a
la travesía Rubicera-Mortero. Pero yo sabía que para realizar esa actividad se
necesita gente bastante motivada. En mi humilde opinión no es una actividad
espeleológica dura pero puede resultar muy cansada si se tiene poca técnica o
una forma física escasa. En realidad una de las veces que realicé la travesía
iba con gente de escasa experiencia y no muy hábil. En total 10 personas.
Tardamos 11 horas. No estuvo nada mal.
La opción a la que todos se apuntaban sin dudar era
la del Hoyo de Lláneces. El fin de semana anterior lo habíamos sustituido por La
Puntida y había algún descontento
que quería desquitarse. A mi también me apetecía Lláneces. Quedamos en La
Cavada el sábado a las nueve.
Casualmente, mientras andaba por la Cavada, me
cruce con Jaime&María. Iban a escalar al Mazuco. Últimamente siempre voy a
contrapelo de los amigos con los que escalo e incluso de los amigos con los que
hago espeleología de forma esporádica. Pero siempre, de una manera o de otra,
volvemos a coincidir para compartir algo juntos.
Poco después los seis que íbamos a Lláneces ocupamos
por completo la furgoneta de Julio: Nano, Ana, Luci, María, Julio y yo. En
Arredondo paramos a desayunar en un bar. Esto parece ser una constante en las
actividades del SCC. Parar a desayunar pero también a conseguir el almuerzo que
va a tomarse en la cueva. Sin duda es una fase preliminar esencial. No creo que
nadie en el club se plantee ir a una cueva sin parar a desayunar. El desayuno
es la comida más importante del día. Al menos eso dicen.
La búsqueda de Lláneces fue laboriosa. Primero nos
confundimos de carretera. En vez de coger la que sube desde detrás de la
iglesia tomamos la que va a lo largo del Asón río abajo. Después no identificábamos
el punto de parking que otras veces habíamos usado. Yo recordaba un
transformador, pero en realidad era una cabaña. Finalmente gracias GoogleMaps,
y a un paseo que me di a lo largo de la carretera, pudimos dar con el sendero.
En menos de diez minutos llegábamos desde el parking a la boca de la cueva
salvando dos vallas de alambre.
Encontramos unas instalaciones para los pozos de
calidad inmejorable: Argollas de acero inoxidable sobre anclajes químicos. Todo
cómodo y simple. Primer pozo con una cuerda de 20. Segundo pozo bastaría una de
15. Tercer pozo-rampa con una de 30 y último salto con una de 20. En realidad el
pozo-rampa se puede destrepar en parte, sin mucho riesgo, y así sólo se
necesitaría una cuerda de menos de 15 en la zona de abajo. Durante la bajada de
los pozos realizamos dos fotos con flashes.
Ya abajo hicimos una foto en el salto final y luego
otra en el paisaje de formaciones. El almuerzo sucedió sin que yo me enterase
demasiado. Después avanzamos por el
ramal oeste. No encontré la zona que recordaba haber visitado con Miguel pero
me sorprendió una desobstrucción en marcha al fondo de la galería. Despojados
de todos los trastos pasamos Ana, Nano y yo una gatera sopladora encontrando
nuevas galerías al otro lado. Avanzamos bastante, hasta otra desobstrucción en
marcha por la que se escapaba la corriente de aire.
A la vuelta fuimos revisando los bordes de la
galería para intentar encontrar, sin éxito, lo que mis recuerdos me dictaban.
Al poco Luci y Ana empezaron a hablar de salir ya porque ellas “iban a ir despacio”.
Pero yo quería visitar el ramal este y hacer una foto. Mientras ellas
comenzaban su ascenso, Julio, Nano, María y yo nos dimos una vuelta hacia el
este y preparamos una foto bajo los hermosos pendants de esas galerías. A la
vuelta, mientras algunos iban subiendo, hicimos otra foto, idea de Nano, en la
que el protagonismo lo llevaba la sombra de un ser humano sobre una pared
cargada de excéntricas.
Nano fue desinstalando y recogiendo cuerdas que
fueron pasando a los que iban delante. En muy poco tiempo estábamos todos bajo
el tremendo solazo, cambiándonos a ropa limpia, junto a los coches. Y unos
minutos después aterrizábamos en Arredondo. Al bajarme del coche un perro
grandón y negro me gruñó. Luego resulto ser el perro maleducado del bar al que
entramos. La elección del bar fue debida al buen corazón de Julio: los otros
bares están llenos de clientes y ese tenía muy pocos, ¡hay que darles de comer
a todos! Una verdad que, en el fondo, nos benefició. Era un sitio tranquilo
junto al río con muchos árboles. Allí, aparte de comer y de beber, volví a la
carga con las expectativas de actividad en las próximas semanas. Quizás
Wonderland, quizás El Patio, quizás La Rubicera, quizás, quizás…
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