Una amalgama de deseos e ilusiones me hizo visitar de nuevo la Cueva de la Puntida. Relajado y feliz me tome todos los preparativos; trastos de fotografía y trastos de espeleo. A las 12 de la mañana estaba en Ajanedo aparcando el coche donde comienza la pista a Bordillas. El bosque estaba muy crecido y la sendita que asciende hasta la boca de la cueva apenas era visible. No soplaba viento de salida en la boca pero si había abundantes goteos. Había llovido mucho los últimos días.
Justo en el umbral me fije en un conjunto de telarañas que destacaban por estar en contraluz. Quedaban iluminadas de tal forma que tenían un fondo sombreado y oscuro de grandes bloques. La brisa movía las telarañas haciendo muy difícil realizar un FS (pila de enfoque) coherente. Pero a pesar de ello me puse manos a la obra a ver que conseguía. Luego de una hora había realizado cuatro o cinco tomas de FS y para rematar la faena me moví hasta una zona de helechos colgantes e hice dos o tres tomas más. Me sentí saturado de intentar hacer tomas. Un FS macro no es como tomar una foto sin más. Requiere pensar en multitud de detalles y ponerse en posiciones incómodas y/o forzadas. Así que dos horas haciendo ese tipo de tomas satura a cualquier fotógrafo acostumbrado a fotos más sencillas. Sin embargo los espectaculares resultados de ese tipo de fotos pueden llevar fácilmente a una adicción.
Recogí los instrumentos de fotografía, preparé los de espeleología y pasé a la segunda fase de mi actividad. Subí hasta la cima del caos de bloques en la gran sala y descendí la otra vertiente hasta alcanzar una grieta entre bloques por la cual se conecta con el sistema de galerías a la derecha de la entrada. Avancé poniendo catadióptricos (las miguitas de pan para no perderse...), pues es fácil no tener claro si un sitio se ha recorrido -o no- en esta zona de tantos bloques superpuestos y galerías. La cosa acabo bien. Comprobé la ruta que lleva de una zona a otra con mucha facilidad y en un corto tiempo. Pero este día no percibí vientos de ninguna clase, salvo sutiles movimientos poco significativos.
En un tiempo reducido volví sobre mis pasos el camino hasta la salida y bajé el frondoso bosque. Las nubes amenazaban lluvia y el ambiente había refrescado. Estaba contento de mi renovada conexión con las cuevas de Cantabria. Había conseguido disolver una jodida sensación de no pertenecer ya a esa historia y a ese mundo de la espeleología. Ciertamente las guerrillas y desencuentros que imperan en ese colectivo -añadidos al desprecio mayoritario por la sacralidad del marco subterráneo- habían estado contribuyendo a una sensación de distanciamiento. Pero no era algo que hubiera echado raíz en mi mente. Podía percibirlo. Aún puedo conectar con las cuevas. Y, tal vez, con los espeleólogos también...
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